lunes, 25 de abril de 2011

GEOVANNY Y LA SILLA ROCINANTE

Me encontraba una noche en la parroquia Altagracia de Caracas, en un rincón junto a Geovanny, un joven acabado por los vicios de unos 25 años aproximadamente, que andar no se le hacía fácil por falta de una pierna amputada, ya que en los hospitales es más fácil hacerle eso a un indigente que curarle de un balazo. Y yo, su fiel amiga, una silla de rueda vieja y oxidada, era su motor para trasladarse como rocinante era para Don Quijote.
Siempre nos reunimos en el mismo rincón, bajo el mismo edificio llamado Danoral, bajo el mismo poste de luz y con una botella de licor acompañándonos, conversando sobre los sube y bajas de la vida. Cuando de repente aparecieron dos muchachos, y sin más Geovanny empezó a llamar a uno de ellos por su nombre.
– Jhon!!! Jhon!!! – Y el muchacho muy preocupado lo atendió y le preguntó que le pasaba, a lo que le respondió - Jhon me siento mal yo intento he intento y nunca salgo de abajo, y Jhon le respondió – Yo te lo he dicho Geovanny tienes que creer en Dios y poner de tu parte.
Jhon y el otro muchacho que era su hermano después de hacer juntos una oración acompañados Geovanny, le propusieron ir a un centro de rehabilitación llamado “Desafío a la vida” que quedaba en Cúa estado Miranda, donde dejaría su mundo de desgracia.
A las seis de la mañana en punto, Jhon junto a su padre el señor José nos llevaron al terminal de la hoyada vía el pueblo de Cúa. Al llegar después de un largo viaje empezamos a subir una montaña que nos llevaría al centro de rehabilitación.
Cargando con mi amigo Geovanny con un sol inclemente, parecía que la montaña no tenía fin, y como comprenderán una silla de rueda no está hecha para semejante aventura.
Cansados todos del trajín llegamos por fin a la cima, el señor José fue a ultimar algunos detalles para la estadía de mi amigo Geovanny, mientras tanto nosotros nos deleitábamos con una vista estupenda y con un aire digno de respirar.
Al pasar 15 minutos aproximadamente viene hacia nosotros el señor José caminando cabizbajo con cara de decepción, y nos dice:
-Geovanny no se puede quedar - y Jhon le pregunta- pero y ¿por qué?- me dicen que no se puede quedar ya que si pasa alguna emergencia es complicado para bajarlo al pueblo, respondió el señor José. Y si, de alguna forma tenían razón por que si la subida fue complicada, la bajada mucho más.
Le recomendaron al señor José llevar a Geovanny a otro centro de rehabilitación llamado “La Fábrica” ubicado abajo en el pueblo de Cúa. Así pues emprendimos el viaje de bajada donde las piedras, las ramas y el sol ya estaban haciendo que no aguantara mucho a mi compañero. Al llegar al pueblo nos dirigimos al fulano centro de rehabilitación, cruzando calles y personas que nos veían mal, hasta que por fin llegamos.
 Era una casa descuidada con rejas negras donde al parecer había personas con mucho más problemas que Geovanny. Le dieron a mi compañero una cama, donde dormiría de seguro por un buen tiempo y un locker donde guardaría sus pertenencias que se resumían en un jabón, una toalla, una afeitadora y un cepillo de diente y lo más importante dejaron que yo, una silla de rueda vieja, oxidada y destartalada me quedara con él.
Dos días después, el señor José se encuentra a un amigo llamado Gustavo que vivía de igual forma en la parroquia Altagracia y le comenta.
- Gustavo ¿te acuerdas de Geovanny?, mi hijo y yo lo llevamos a un centro de rehabilitación en Cúa, y estoy seguro que allí con el favor de Dios se va a recuperar
- y Jesús con una sonrisa en la cara le dice - ¿es en serio lo que me estás diciendo?,  Eso no puede ser posible.
- A lo que José le responde - si en verdad, él tuvo la voluntad y bueno allá lo dejamos
 -  Pero eso no puede ser posible José, pues acabo de ver a Geovanny en el mismo rincón, bajo el mismo edificio, bajo el mismo poste de luz, con la misma silla de ruedas y una botella de licor acompañándolo.                         
                                                                                                  Jhonathan Castro 

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